Como nací en la Ciudad de los Ángeles —crecí en el barrio de La Luz—, ha sido inevitable que mis montañas tutelares sean el Popocatépetl y la Iztaccihuatl, lo mismo que la de las faldas verdes, la Matlalcueyetl; como mis edificios fundacionales no pueden dejar de ser la catedral o el palacio del arzobispado. He escrito sobre la ciudad e invariablemente lo he hecho sobre los volcanes, especialmente sobre Popocatepetzintli (forma reverencial para llamarlo, en náhuatl).
Primero fui a Llano grande y Río Frío; poco después escalé el Telapón y he subido muchas veces al Popo, algunas veces con los tiemperos que le ofrendan y reverencian. Cada mañana lo miro, aún con lluvia o rodeado de sus chinos blancos, y lo veo extenderse por mi ciudad, aunque no lo huelo: sus brazos o bracillos azufrados la recorren y me recuerdan que, por ello, Cholula cedió esta parte del valle, Cuetlaxcoapan, para fundar mi urbe: no había modo de vivir entre tantos laguillos y nacimientos de azufre.
Moisés Ramos Rodríguez
Foto de Dulce Jurado
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