Una de las historias más interesantes que tengo en Puebla fue cuando era acólita en la iglesia de San Agustín. Para llegar tenía que pasar por el Zócalo, ese domingo ya iba muy tarde para misa de 1. Resulta que iba corriendo y de pronto una señora, que llevaba a una niña de la mano, hizo un movimiento brusco y reboté con ellas. Me asusté mucho pero como llevaba prisa seguí mi camino rumbo a la iglesia. Cuando llegué a San Agustín el padre se me quedó viendo con extrañeza y me pidió que me fuera a poner la túnica que cada domingo usabamos. Fui rápidamente a ponerme la túnica a la sacristía y busqué el cordón que va alrededor de la cintura el cual es muy práctico para levantar la túnica y así no caer al subir las escaleras ¡Y no estaba!
A un lado mío estaba un santito el cual tenía un cordón plateado y muy vistoso. No me importó nada, puesto que ya era realmente tarde; lo tomé, me lo puse al rededor de la cintura y salí a la misa. Cuando llegó el momento del saludo de paz el padre vio el cordón plateado, me miró durante unos segundos y casi riendo continuó con la misa. Cabe aclarar que seguido me pasan cosas así porque soy demasiado despistada.
Al contarle lo sucedido a mi familia no paraban de reírse, cosas como ésta suceden en la vida de los católicos, bueno por lo menos eso creo.
Elvia Cortés Jaramillo
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