Cuando era una niña como de 11 años venía a la feria de reyes con mi hermano y mi abuelita, veníamos por las tortillas y era el pretexto perfecto para sacar una vuelta en la rueda de la fortuna o en los caballitos.
Como llegábamos a la hora de la comida hacía mucho calor, y cuando parábamos en los puestos de pulque empezábamos mi hermanito de 9 años y yo a decir:
“¡qué calor hace!”, “tengo mucha sed, ¿compramos pulquito?”
Y la abuela nos consentía y nos compraba una jícara de aguamiel a cada uno. Después nos íbamos mareados y contentos. Y al otro día hacíamos lo mismo con el pretexto de ir por las tortillas. Durante una semana que duraba la feria hacíamos lo mismo. Mi madre se quejaba y se preocupaba porque sus niños se volvieran borrachines.
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